XIII Certamen de Relatos Cortos

Iván Izquierdo Fernández. Primer premio.
ADIÓS AL ANOCHECER.

Soy quien te alimenta las noches de soledad, envía fuego a tu desesperanza y le da un tierno motivo a tu vida que no quiere continuar. Me nombraron Dios para que las personas pudiesen enamorarse entre ellas y puse empeño en aprender tiro de arco desde que no llevaba más que una hoja de parra para tapar mi sexo. En cuanto crecí más, cuantas más personas me empeñaba a aunar, más usual me parecía mi ilusión de alegrar. Solo a una mujer fui capaz de amar tanto como amo al cielo. De ella me enamoré como nadie lo puede hacer sin mí. Psique, siempre te recordaré aunque mi confianza la traicionases. Siempre formarás parte de mi eternidad.
Después de que Eros sufriese este desengaño amoroso, la Tierra se quedó sin amor durante cien primaveras en las cuales, no brillaba el mismo sol. Los inviernos eran más fríos y más largos que cualquier odisea. Con el alma de la gente, los campos de cultivo agonizaron hasta saborear el hielo. Se pasaba hambre y nadie cogía calor por la noche en el regocijo de alguien. La Tierra se estaba muriendo y en el Olimpo todo el mundo intentaba convencer a Eros para que volviese a tomar su cargo. Después de que Afrodita pasara mucho tiempo con él, éste empezó a recapacitar y un buen día el aire volvió a tener el color que tenía antes. El armario donde Eros había abandonado sus flechas de oro se volvió a abrir para retomarlas. Eros, aún dolido por la espina que palpitaba en el fondo de su cuerpo, bañó la mitad de sus flechas con plomo para generar el desprecio.

La primera víctima de Eros, se encontraba aún en el vientre de Leto, una de las amantes de Zeus, la cual pudo conocer la ira de Hera en el momento en que ésta le envió la serpiente pitón para que acabase con ella. Al pie de una palmera en la Isla de Delos la madre de Apolo estuvo durante nueve días y nueve noches con el parto refugiada. En cuanto dio a luz a Apolo, dos cisnes lo llevaron a la tierra de los Hiperbóreos, donde estuvo durante un año hasta que volvió a Grecia y se vengó de la hija de Gea, la serpiente pitón, terminando con su vida en Delfos. Orgulloso de su primera hazaña fundó los juegos Píticos y en honor al héroe hoy en día se celebran cada ocho años el exterminio de Pitón y la purificación de Apolo.
Fue entonces cuando Apolo, desconociendo el nuevo carácter de Eros, compitió con él al tiro de arco mostrando una inmensa arrogancia y presumiendo del logro que todo el mundo en ese momento festejaba. Eros dañado moralmente por su conducta desapareció con una velocidad impresionante. Se dijo entre sí que él mismo le enseñaría de lo que era capaz y desde Plutón guiñando el ojo izquierdo mirando hacia la Tierra liberó la tensión que aguantaba la cuerda. Atravesando varios asteroides esa punta de oro estalló contra el pecho de Apolo cruzándolo con tal velocidad que en cuanto quiso darse cuenta ya había cicatrizado la herida de su cuerpo divino. Y como no quería enviarle a nadie inocente su desgracia, fue el azar como eligió a Daphne. Con los ojos cerrados ejecutó de nuevo el movimiento con una flecha de plomo, esta vez en el arco.
Bueno, ya que ese cobarde se ha ido sin decir nada, retomaré el camino a la polis y aprovecharé para ver si algún humano está blasfemando por ahí atreviéndose a desafiar la ira de los Dioses del Olimpo. Aunque parezcamos crueles, más crueles pueden ser nuestros verdaderos deseos. Siempre queremos que alguien se equivoque para poder lanzar un castigo. ¡Mejores que las reuniones familiares que Zeus, sin duda! Ya he llegado, a ver quién hay paseando en la Acrópolis.
Y en cuanto la vi, sentí una inmensa presión en el pecho. Una punzada letal, el sabor idóneo para tomar justo antes de morir. Antes de que se pudiese dar cuenta de mi presencia, me escondí tras una de las columnas del Partenón donde podía admirar disimuladamente su belleza. Tenía el rostro tan fino y tan puro como la rosa que aún no había hallado dueño. Sus ojos no eran tan espléndidos como otros que había visto en algunas ninfas pero el enigma que escondían y su tono oceánico era lo que los hacían irresistibles. Mi cabeza empezó a enfermar y a tener pensamientos obscenos comparando a esa mujer que se estaba adueñando de mis sueños con mi hermana Afrodita. Podía ver miel en sus labios y sentir la necesidad de endulzarme. No dejé de mirarla hasta que me percaté de que si quería volver al Edén, debía hacerlo solamente con su tacto. Estaba sola paseando. De repente sin haber aún despertado, me encontraba con mis pies andando, estaba frente a mí, el cisne blanco.
Tu primera reacción sin saber explicarlo fue darte la vuelta y darme la oportunidad de abandonarlo, el lugar en donde nos habíamos cruzado. Pero en vez de decirte adiós con la mano quise llamarte cuando ya estabas corriendo lejos de mi lado. Corrimos como pudimos hasta casi tocar el cielo, volando como dos águilas que aguardan un destino pero que no se tocan durante el camino. Tu pavor y mi amor eran dos fuerzas extrañas que nos ponían en el mismo nivel, a ti te hacía más rápida y a mi me dolía verte huir. Después de dejarme los pies en el suelo alcancé tu mano costándome todo mi esfuerzo en no hacerte daño. Tu rostro se giró sollozando lágrimas limpias de pecado. Buscabas el amor en otra parte que no fuese en mí y de hecho lo que hiciste fue entregarte a tu madre, fruto del vientre de cualquier tierra, y a tu padre Ladón, quien te salvó de mis leales garras plantándote cerca de su lecho. Solo hizo falta un pestañeo para que tu suavidad se marchase y fuesen ramas tus manos y tus brazos. Dos segundos más para que tus cabellos fueran los laureles que limpiarían mis párpados y una eternidad para que alguien me pudiese despegar de aquel tallo. El sol se estaba apagando, el día se había acabado. Acerqué mi rostro a su cuerpo aún curvilíneo y brotaron en ese tronco todo tipo de caricias. Debo quedarme aquí porque ahora que sé lo que es besarte, no podría conformarme haciéndolo sólo en sueños.

Carina Garcia. Finalista.
LA CURIOSIDAD MATA AL GATO

Una gota resbala por mi frente. Sudor frío. Alzo la vista al cielo. No, es una gota de agua. Estaba tan absorta en mis propias conjeturas que no me había percatado de que chispeaba. Suena un trueno. Se prepara una tormenta. Cada vez se afirma con mayor intensidad mi presentimiento: esto es una mala idea. Bajo la vista al suelo. Mis zapatillas están tan cubiertas de barro que su verdadera forma se ha desdibujado, en su lugar una gran masa amorfa avanza a mi paso. Muevo los dedos de mis pies, los calcetines están empapados. La humedad avanza por mis vaqueros vertiginosamente. Ya puedo notar el entumecimiento en mis huesos.
Quizás sea mejor dejarlo ahora, pero bien es cierto que una vez estando aquí parece una estupidez marcharse. Estoy cerca. El pelo al empaparse se va pegando a mi cara. Doy media vuelta. Hace más de diez minutos que no veo las luces del taxi y temo no saber regresar. El taxista había asegurado esperarme, aunque era evidente, ya que solo le había pagado la mitad de lo que indicaba el contador, cuando hubo aparcado a un lado de la carretera. Ahora me doy cuenta de que todavía llevo en la mano el papel, que se ha transformado en una masa pastosa. La dirección es ya ilegible. No importa, ya estoy llegando. Respiro profundamente. Olor a hierba fresca. Miro hacia el cielo. Noche de luna llena. Vuelvo a caminar.
La luz de mi linterna alumbra con movimientos desacompasados a un lado y al otro. Miro a mi alrededor, el lugar es desolador. Un hilo de agua fría recorre mi espalda. Me estremezco.
Sopla el viento y las gotas ya me golpean en todas las direcciones. Estoy sola en este lugar, al menos eso creo. En mitad del camino descampado puedo ver lo que había estado buscando: un edificio ruinoso, deduzco que unos viejos almacenes. ¿Por qué habría apuntado ella esta dirección? Las dudas crecen en mi mente. ¿Qué se supone que debo hacer ahora?
Recuerdo la nota que me había dejado en el frigorífico con el imán del Big Ben, souvenir de nuestro viaje a Londres. Aquel recuerdo vuela un segundo por mi mente. Sonrío. No, ella no se habría marchado así. Además nunca deja notas. En todo caso hubiese enviado un SMS. Pero no para despedirse y marcharse. Jamás, estoy convencida.
Me acerco a la puerta. El edificio no presenta ningún tipo de medida de seguridad, al menos de forma aparente. Me quedo inmóvil dudando. Mi subconsciente me dice que soy la única capaz de dar algo de luz a este asunto. De nada servía llamar a la policía, todo indica que se había marchado y que no quería saber nada de mí.
Pienso rápidamente en esta última semana. Ningún hecho destacable. Tan solo la misma discusión de siempre sobre a quién le tocaba hacer los baños. De repente, una imagen me viene a la cabeza. Hacía un par de días que la había visto hablando por el móvil durante más de media hora. Quizás su cara mostraba algo de preocupación. Quizás no. Pero ¿por qué habría quedado aquí?
Es cierto que hacía un tiempo que nos habíamos distanciado, en buena medida por tener horarios diferentes. ¿Acaso está metida en algún lío y no me lo ha contado? Ella, siempre tan prudente y tan correcta; lo dudo.
Sea como fuere, esta dirección es la única pista que puede indicarme que ha sido de ella. Las ramas de los árboles crujen. Tomo aire una vez más. Suspiro. Alzo la mano y empujo la puerta de hierro. Olor a óxido. Chirría. Asomo la cabeza intentando ver algo. La empujo un poco más. Ilumino con la linterna. El interior está lleno de maquinaria oxidada y cuenta con bastantes recovecos, al menos hasta donde la luz de mi linterna alcanza. Parecen dar a salas contiguas. Todo presenta un aspecto cochambroso. Oigo pequeños ruiditos y percibo alguna sombra corriendo por el suelo. No estoy sola. Alumbro. Los roedores huyen de la luz. Genial, un lugar muy acogedor.
Parece imposible que Ángela hubiese entrado aquí, al menos por voluntad propia. Recuerdo aquella vez que se escapó el hámster de la vecina. Se pasó tres días corriendo por el rellano y llevando botas por casa. Pensaba que el bicho se podía haber colado por el hueco de la puerta. Evidentemente, no había salido de casa de la vecina y lo encontraron detrás del sofá, muerto de miedo.
Quizás no la encuentre aquí pero puede que descubra alguna pista. ¡El móvil! Ángela no contestaba al móvil desde su supuesta marcha, algo nada propio en ella. Puede que…
Sin pensarlo, suelto la puerta y entro del todo en aquel habitáculo. La puerta se cierra de golpe con un tremendo estruendo, acrecentado por el eco. Rápidamente saco el teléfono de mi bolso y marco su número. Me sobresalto. El último single de Madonna comienza a sonar. Mi pulso se acelera de nuevo. Apenas hacía una semana que se había cambiado el tono de Lady Gaga por ese. Estoy cerca. Corro guiada por mi oído. El sonido viene de una de las salas contiguas. La puerta ha sido sustituida por un plástico, inicialmente transparente, pero que ahora está cubierto de suciedad, impidiéndome ver el interior. Estiro la manga de mi chaqueta hasta cubrirme los dedos y corro la cortina. Mi respiración se entrecorta.
Un charco de sangre, en apariencia reciente, cubre gran parte del suelo. Me sobresalto. La linterna resbala de mis manos. Se hace la oscuridad. Estoy hiperventilando. Rápidamente me agacho para buscar la linterna. La sala está impregnada por una pesada atmósfera. Tanteo el suelo. Mis dedos se empapan de sangre. Estoy al borde del colapso. El móvil sigue sonando. Quiero marcharme.
La curiosidad mata al gato, eso dicen. También había oído que los gatos tienen siete vidas. En cualquier caso, yo no soy un gato.
Por fin la palma de mi mano se encuentra con algo metálico. Aprieto el botón. Enciendo la linterna. El tono deja de sonar. Descubro el móvil en una esquina de la habitación. Me incorporo rápidamente. Mi espalda choca con algo: ¿La puerta? Trago saliva. No hay puerta.
Alguien me agarra con fuerza por detrás. Su aliento frío se clava en mi sien. Exasperada, intento deshacerme de sus brazos. Clavo mi codo en sus costillas. Aprieta más su brazo contra mi estómago. Presión en mi rostro. Solo blanco. Intento gritar, no respirar. Me ahogo. Olor dulzón. Pesan mis párpados.
Silencio.

Miguel Vallés. Finalista.
EL CAPITÁN

¿Acaso se te han vuelto a olvidar los detalles? No encuentro otra explicación para que quieras volver a escucharlo todo. En cualquier caso no hay nada más que hacer en este agujero de mala muerte, y necesito hablar de algo para no pensar en el negro futuro que nos espera a todos los partícipes de este turbio asunto.

Como sabrás, de no haber sido por la presuntuosa y aberrante personalidad del capitán, despreciable ser que ni debiera considerarse como tal, bien nos habríamos podido contener y ahora podríamos disfrutar de nuestro hogar, y más tarde pasar nuestra vejez de manera apacible, sin preocupación alguna. Si no fuera por los crueles actos que realizó durante la expedición, esta criatura, pues hace tiempo que dejé de considerarle humano, no merecería mención alguna. Él mismo fue la causa principal de que sus propios hombres decidiéramos confabular contra él, pues cuanto más nos adentrábamos en la jungla, más dejaba entrever su verdadera personalidad, que traslucía desde el egoísmo más básico a la megalomanía más desmesurada. Cuando al fin alcanzamos las ruinas, sorprendentemente bien conservadas dentro de unas cavernas, con premura nos mandó establecer el campamento para encontrar cuanto antes el ídolo que tanto ansiaba.

Hallamos con rapidez el tesoro. Oculta bajo un montón de escombros estaba la estatua dorada, mirándonos con sus ojos vacíos, como si nos hubiese estado esperando con paciencia durante miles de años. La avaricia del capitán le impidió refrenarse y se abalanzó sobre el ídolo, levantándolo con sus brazos. Sus ojos brillaban de emoción ante el hallazgo. Con un tono de voz débil, casi un susurro, como si no quisiera separarse ni un segundo de su premio, mandó a unos cuantos hombres que lo llevaran a la caja en la que lo transportaríamos.

No salió aquel día una palabra más de la boca del capitán. Se sentó meditabundo, durante horas, ante la caja que contenía la reliquia, pensando en sabe Dios qué ardides. Esa misma noche, cuando no había más luz que la de un par de débiles candiles, nos despertó con sigilo un joven compañero, alertándonos de que había visto al capitán cargarse la caja a la espalda llevando bajo el brazo unos cuernos de pólvora. Al momento comprendimos la situación: el muy miserable iba a volar la entrada de las cuevas y marcharse, solo, con el tesoro. Corrimos a su encuentro y le sorprendimos colocando los barrenos.

Todo sucedió muy rápido: viéndose descubierto, el capitán desenfundó su pistolete y disparó contra nosotros, acabando con la vida de tres hombres e hiriendo a otros dos. Con el ánimo de contenerle, un tipo especialmente corpulento se lanzó sobre él: el malvado capitán lo esquivó, pero tuvo tan mala fortuna que cayó al fondo de un hoyo, torciéndose el tobillo y quedando ahí atrapado.

Suplicó ayuda, imploró perdón. Pareció como si toda su soberbia le hiciera explotar, y afloró por fin su verdadera naturaleza: su cobardía, su insignificancia, la poca seguridad en sí mismo que había logrado ocultar tras su fachada de violento líder. No sé qué nos pasó por la cabeza, probablemente el odio que habíamos dejado crecer contra ese hombre nos hizo abandonar todo gesto de piedad humana. Así, conociendo que había compensado su debilidad con un aspecto feroz, sabiéndolo a nuestra merced, haciendo gala del mismo comportamiento que habíamos detestado, abandonamos al capitán en la cueva y nos fuimos con el tesoro.

Cuando llegamos a la civilización nadie daba crédito a nuestras historias. No conocían las facetas que el capitán nos mostraba a nosotros. Nos acusaron de alta traición, tergiversaron los hechos que habíamos relatado y denunciaron que habíamos sido nosotros los que en un principio planeamos la felonía. No puedo ahora más que agradecerte la paciencia que has demostrado estas frías noches frente a mi celda, y esperar el fatídico momento que nos aguarda a mí y a mis compañeros mañana al amanecer.

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